“Hoy ya viejo preparando los bártulos para el último viaje, siento que dejo inconclusas muchas cosas por falta de oportunidad. Pero sepan mis hijos, mis amigos, todos aquellos que haya tratado, que siempre fui de frente y con la verdad. Si he hecho algún daño ha sido por vehemente y sin quererlo. Dejo mi espacio en el tiempo con la tranquilidad de haber tratado de hacer lo mejor, ¿se acordarán de mí con cariño?”
Rubén Omar Salerno

Hoy, lxs vecinxs de la calle Nueva York de Berisso amanecieron con una triste noticia: Rubén Omar Salerno, el viejo de la ventana, falleció a los 77 años de edad.
Salerno era integrante del Taller Andariego de Memoria Barrial del Centro Cultural Mansión Obrera junto a su dulce esposa, Remigia. Cuando decidimos arrancar un taller para adultxs mayores fue a él al primero que recurrimos ¿Por qué? Porque memoria en la Nueva York es Salerno, un viejo copado como pocos que resistió en el Bar Inglés a la trinchera del olvido, una persona que con sus interminables historias supo recomponer para nosotrxs, jóvenes, una historia plagada de obreros, tango y anécdotas.
La ventana del bar, su lugar, sirvió como escenario para una colaboración sin excusas. Mateando y comiendo cremona Salerno se despachó de enseñanzas para con nosotrxs, lxs talleristas del Andariego, que nos convertimos varias veces en sólo escuchas y alumnxs de su sabiduría. Él nos dio su voz que nos quedará guardada nutriendo La Charlatana de la Calle Nueva York. También nos confió sus poemas de oro que hicimos libro y comenzamos a distribuir en la FLIA donde por primera vez en sus casi ocho décadas cobró por su arte. Todavía nos emocionamos cuando nos acordamos del brillo de sus ojos cuando vio una contratapa con su foto y biografía.
Nunca un no, siempre un “vuelvan”, Salerno nos abrió junto a Remigia las puertas de su casa y de su corazón. Nos despidió con “los quiero mucho” una decena de veces y nos felicitó por Mansión y la Radio otras tantas.
En siete meses de entrevistas nos pintó su vida, desde su nacimiento en un conventillo de Ensenada hasta su vejez en su amado Bar Inglés. Nunca quedó fuera de las conversaciones su madre que, según él, era una mina como pocas. El padre de Rubén murió muy joven y fue ella junto a él quienes mantuvieron a sus tres hermanos. La madre de Salerno trabajaba en el frigorífico y él la esperaba a que saliera mientras lustraba zapatos en el Bar Inglés. En esa época, sólo ingresaban al lugar altos funcionarios del Swift y el Armour por lo que él se conformaba con espiar por las ventanas cuando el aire era tan piadoso de correr una cortina.
Con el tiempo se alejó de Berisso, se casó, tuvo hijos, se separó y se volvió a casar. Fue milonguero de alta cepa, jefe de propulsora, obrero metalúrgico, vendedor de empanadas y cuando creyó que había hecho todo se dedicó a transitar su vejez en el bar que lo vio crecer. Ese lugar tan místico nunca va a volver a ser el mismo sin él en la ventana pero quedarán sus historias y la lucha por la justicia que lo caracterizó: “¿Por qué si el cielo es azul en todo el mundo y el sol, la luna y las estrellas salen para todos, las bellezas y las riquezas de la tierra no lo son?”.
Salerno se preguntaba si lo recordaríamos con cariño y nosotros le contestamos que sí, que lo vamos a recordar no sólo con eso sino con una gran alegría. Le contestamos que cada vez que hablemos de política lo vamos a citar, que su lucha no va a quedar sola y que estará en la memoria de esos adoquines que lo vieron crecer y por los que hoy transitamos todxs los que queremos a la calle Nueva York.

“En fin, todo pasó ya no me queda más nada, pero llevo aquí clavada como una garra, como una herida, toda la policromía de este barrio de arrabal, de haber tenido la gloria de compartir el amor noble y decente de esas razas proletarias que le dieron la grandeza, el progreso, ese no sé qué, ese hechizo, esa idiosincrasia tan particular, tan suyo, a mi querido Berisso. Por eso hoy viejo y jugado como cero a la izquierda acomodándome para mi último viaje hacia la nada con el chamullo cansino y fulero tan solo decirles quiero, pero eso sí con honor, que viví en un conventillo ¡carajo! de la calle Nueva York.”









Rubén Omar Salerno 12/10/1933 - 16/02/2011